Autor: Olaya Peláez Álvaro
La investigación científica desde hace varias décadas ha dejado de ser una actividad eminentemente privada. Ya se han superado los tiempos cuando el trabajo del investigador era confinado a espacios solitarios, asépticos y aislados del mundo social, mientras que los resultados se vinculaban más con personas en particular, en donde los hallazgos asumían de manera inseparable un vínculo con el nombre del científico para que se perpetuara en su obra. Hoy por el contrario, el trabajo científico se ha expandido de una forma vertiginosa, lo comparten universidades e investigadores de centros ubicados en sitios distantes en lo geográfico, pero cercanos gracias a las posibilidades de comunicación inmediata contemporánea. Gracias al desarrollo de la informática y la comunicación global se potencia de manera exponencial el acervo científico en todas las ramas de la ciencia, proliferan las publicaciones científicas, se abren los canales académicos a la comunidad; es un universo, amplio, sometido a los riesgos propios de un mundo globalizado, inequitativo y competitivo. La situación a la que se ha llegado trae implícitas algunas consideraciones éticas que requieren trascender las declaraciones y normas internacionales provenientes de la bioética, pues el asunto no solo concierne al delicado e importante tema de la garantía de los principios aplicables a la investigación con humanos y otros seres vivos; tiene que ver con unas nuevas categorías axiológicas que se proponen para que el acervo documental recopilado en las publicaciones científicas otorgue las suficientes garantías para que la sociedad pueda incorporar los nuevos saberes hacia un mundo mejor, confiando en que los publicado no solo tiene validez científica sino también pertinencia social.
2012-03-02 | 775 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 29 Núm.3. Julio-Septiembre 2011 Pags. 222-223 Rev. Fac. Nac. Salud Pública 2011; 29(3)