Autor: Carballo Junco José Antonio
Desde la época prehistórica, el hombre se dio a la tarea de buscar los remedios para eliminar el dolor; en especial el provocado por enfermedades y traumatismos. Con frecuencia se olvida que su control se logró hace unas quince décadas. En la actualidad estamos acostumbrados al empleo de la anestesia, los analgésicos y la acupuntura, por ello tendemos a olvidar que todavía a mediados del siglo pasado se consideraba que la dolencia física era una aflicción casi inevitable. Incluso algunas ramas del cristianismo consideraban que este sufrimiento constituía un designio divino. Por ejemplo, los padres de la Iglesia calvinista condenaban con vehemencia el empleo de la anestesia en el parto, pues era contraria a la sentencia bíblica: “Multiplicando multiplicaré tus dolores, y tus preñeces: con dolor parirás tus hijos”. No fue sino hasta que se utilizó el cloroformo en la persona de la reina Victoria, durante un parto atendido por John Snow, cuando se permitió su uso. Antes de este episodio los médicos recurrían a los opiáceos, la mandrágora y el alcohol, solos o combinados, para mitigar el dolor. La anestesia, como la conocemos hoy en día, es otra de las aportaciones del siglo XIX, además de la teoría microbiana de la enfermedad y el descubrimiento de los antisépticos, que fomentaron el desarrollo de la cirugía moderna. La historia de la anestesia se inició en 1772, cuando Joseph Priestley descubrió el óxido nitroso, conocido como gas hilarante, ya que provoca la risa involuntaria, una cualidad por la cual solía inhalarse con fines de diversión. En 1800, el químico Humphrey Davy lo usó para librarse de una fuerte aflicción dental, un procedimiento que empleaban los dentisteros sacamuelas de las ferias pueblerinas en Europa para atemperar el dolor provocado por las extracciones dentales. Davy publicó sus observaciones en un artículo en el que propuso el posible uso de este agente en cirugía. En 1831 ya se habían descubierto, sin que se hubieran aplicado en el quirófano, las sustancias que posteriormente se convertirían en los pilares de la anestesia: el éter, el óxido nitroso y el cloroformo. En 1824 Crawford W. Long, médico del presidente estadounidense Thomas Jefferson, efectuó procedimientos quirúrgicos menores sin dolor en tres pacientes; para ello se valió de éter sulfúrico. No reportó sus observaciones a la comunidad científica, pero el descubrimiento de la anestesia ya flotaba en el ambiente pues la humanidad estaba empeñada en lograr el dominio del dolor.
2010-05-17 | 2,607 visitas | 66 valoraciones
Vol. 6 Núm.70. Mayo 2010 Pags. 16 Odont Moder 2010; 6(70)