Cuando leemos CLON, o pensamos en esa palabra, vienen a nuestra mente imágenes de bacterias, o de células genéticamente uniformes, descendientes de un progenitor único, y si pensamos en mamíferos, la oveja Dolly, o nuestra ternera Pampa y sus hermanas, aparecen como el paradigma de un animal clonado. Si bien es posible desarrollar humanos clonados, y sería tentador crear razas de genios o de superhombres, no es necesario tener alguna creencia religiosa para reflexionar que ello no solamente es inútil y peligroso, sino que es también ingenuo. Sería desconocer que, como ya lo dijo muchos años atrás Ortega y Gasset, el hombre es él y su circunstancia, y por más que alguna vez se clonaran a los futuros Picasso, Mozart, Borges, Hawkins o Houssay, las circunstancias del desarrollo post natal de ese clon no serán las mismas que las del individuo dador del núcleo somático. Si bien sus genes serán idénticos, resultará una persona diferente. Por ahora, los individuos humanos clonados permanecerán en el campo de la literatura de ficción, como en las novelas “Los Niños de Brasil” de Ira Levin, o “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. Sin embargo, como la posibilidad existe, es conveniente que se dicten reglamentaciones, y se promulguen leyes, que prohiban en todo el mundo la aplicación de ese desarrollo tecnológico a los seres humanos. Pero la situación cambia cuando se trata de embriones humanos. El desarrollo de embriones humanos in vitro permite la obtención de células progenitoras indiferenciadas (stem cells o células troncales) que pueden ser inducidas a diferenciarse en el tejido deseado o en los progenitores del mismo. De esta manera se podría disponer de una provisión infinita de clones de células capaces de reemplazar a las dañadas o desaparecidas de un determinado órgano o tejido. Las enfermedades en las que sería conveniente disponer de células de reemplazo no solamente son numerosas, sino que afectan a una proporción significativa de la población. Por otra parte, en su mayoría, son incurables con los recursos terapéuticos con los que se cuenta en la actualidad. Basta pensar en la posibilidad de tratar con transplantes de neuronas o de sus progenitores a la enfermedad de Parkinson, a la de Alzheimer, a los accidentes cerebro vasculares, a las secciones de la médula espinal, de curar a la diabetes juvenil implantando células beta pancreáticas , o de reemplazar el tejido muerto de un infarto de miocardio con nuevas células contráctiles. Además de los millones de niños que nacen con defectos neurológicos, como la parálisis cerebral, cuya situación podría ser corregida o mejorada con el transplante neuronal. Se estima que solamente en los Estados Unidos de América existen hoy catorce millones de niños con esos defectos.
2007-01-18 | 1,325 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 3 Núm.1. Abril 2004 Pags. 28-30 Qviva 2004; 3(No. Esp.)