La muerte de la tía Canaria

Autor: Gómez Leal Alvaro

Fragmento

Un día mi padre decidió abandonar Cuba y probar fortuna en México. El año anterior Estados Unidos no había comprado el azúcar a los cubanos y durante todo ese año, que se llamó “el año de la moratoria” porque nadie tenía dinero para pagar sus deudas, el azúcar se vendía como “pilón” en las tiendas, a razón de un kilogramo por cada peso de compra. El pequeño ingenio independiente de mi padre quebró; entonces él reunió sus pertenencias y a su familia y zarpó rumbo al puerto de Veracruz. El hecho de que mi madre tuviese ya un hijo (de un año de edad) siendo ella muy joven (20 años de edad) y de que México se encontraba al final de una larga revolución de la que todavía se oían historias de violencia y sangre, hizo que mis abuelos maternos se percataran de la necesidad de una dama de compañía, la responsabilidad recayó en la mayor de sus hijas, Canaria. Mi tía Canaria tenía cinco años más que mi mamá. Su rostro no era tan bello como el de ella, quizá sus facciones eran poco duras. En cambio, su cuerpo era espléndido: alto, bien torneado, firme. Al igual que mi madre, mi tía era bondadosa y alegre, pero pocos años después de haber llegado a Veracruz su carácter empezó a cambiar; todo le parecía mal y hasta regañaba a mi madre, la acusaba de floja y desorganizada (lo cual era cierto dada su personalidad soñadora y despreocupada). Por esa razón, mi padre prefirió alejar a mi tía Canaria de la casa y la llevó a trabajar a su oficina como secretaria (tenía un negocio de comisiones y re-presentaciones).

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2005-10-27   |   1,275 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 7 Núm.27. Abril-Junio 2005 Pags. 96-98 Med Univer 2005; 7(27)