Autores: Zaltzman Girsevich Samuel, Mandujano Valdés Mario Antonio
Que estamos en un momento fascinante de la evolución de la medicina es algo que hasta los profanos aceptan; los avances logrados durante el siglo XX superan a los de veinticinco siglos precedentes. Durante más de dos mil años, las observaciones de acuerdo con las teorías vigentes en su momento, normaron el conocimiento de la enfermedad y del hombre. Las llamadas ciencias básicas cambiaron el aspecto tradicional de la medicina tratando de sustituir el conocimiento empírico por el científico; la observación dejó su lugar a la experimentación. Es imposible trazar una línea divisoria entre las dos corrientes; la una prefiguraba a la otra; la nueva, tiene sus raíces y sus cimientos en la anterior. Tal vez, la medicina ya era científica, antes de los siglos XX y XXI, pero la cosecha es en la actualidad verdaderamente fantástica: trasplante de órganos vitales, cirugía de ciencia ficción, conocimiento y posible manipulación del genoma de los seres vivos, incluido el humano. Sin embargo, empezamos a mirar con angustia lo que será la medicina el día de mañana. No sabemos qué hacer con una medicina transmutada y tal vez deshumanizada. Ante este panorama de innovación acelerada, ¿cuál es el papel que le queda a la investigación clínica, devaluada por algunos representantes de las nuevas generaciones; de ahora en adelante, todo quedará en el laboratorio de alta tecnología? ¿El pronóstico de la evolución, no sólo de la enfermedad, sino de la vida? ¿Dónde va a quedar el clínico tradicional, de saber y de experiencia, en cuyas manos descansa no sólo la seguridad, sino la vida de los enfermos? Sólo los clínicos saben que con una dosis de ciencia y otra de experiencia se salva al enfermo. Hagamos clínica, hagamos investigación clínica, pero rescatando lo que la ciencia y la teoría del conocimiento tienen que enseñar a esta actividad.
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2004-06-04 | 990 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 4 Núm.1. Enero-Junio 2003 Pags. 5-6. Rev Cienc Clín 2003; 4(1)